En el mundo de desmesuras que patentiza el siglo XXI la agricultura tecnificada con riego sustentable puede aportar su valor para mejorar la resiliencia y adaptación ante las inestabilidades meteorológicas propias de los períodos en que el planeta busca equilibrar los desórdenes que ocasiona el hombre, o las mutaciones que la propia naturaleza se reprograma con su sabia capacidad.
Para sumar incertidumbre, El Niño acaba de iniciar un nuevo berrinche, y afecta los Estados Unidos, anunció la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA). Con su capricho, repetido cada 2 a 7 años en el Pacífico ecuatorial, desparramará fuertes lluvias y sequías en todo el mundo.
En ese contexto dinámico del planeta, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) advierte: “la actual trayectoria de crecimiento de la producción agrícola (mundial) es insostenible, debido a sus impactos negativos sobre los recursos naturales y el medio ambiente”. Agrega que, “una tercera parte de la tierra agrícola está degradada, hasta el 75 por ciento de la diversidad genética de los cultivos se ha perdido y el 22 por ciento de las razas de ganado están en riesgo”.
Debate
Más allá de las colisiones de intereses, matices y contrastes en las posiciones y diagnósticos sobre las variaciones del clima, la COP27 (Conferencia de los países firmantes de la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático), realizada en noviembre de 2022 en Egipto, anunció un programa para promover soluciones tecnológicas climáticas en los países en desarrollo.
En tanto hay dos bibliotecas debatiendo si hay un cambio global en el clima forzado por el artificio humano, o si vivimos bajo condiciones propias de la dinámica natural del planeta.
Los dinosaurios no tenían prensa, ni televisión o Internet, ni servicios meteorológicos, tampoco había ONU ni corporaciones. Y menos, los podría haber tenido el ser humano por entonces. Ni el diario del lunes.
Oportunidad para la agroalimentación
Hoy, uno de los críticos dilemas -y una oportunidad inefable para la agroalimentación- es afrontar este escenario inestable y duplicar la producción mundial de alimentos para 2050.
Es un desafío pragmático, porque según el IOP (Institute of Physics) del Reino Unido e Irlanda: “los estudios muestran, que los cultivos de regadío son el doble de productivos, que los que dependen únicamente de la lluvia”.
Según la Deutsche Welle (DW), las precipitaciones promedio se redujeron entre un 30% y un 90% en Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina, y Chile, donde una mega sequía, se manifiesta desde hace 13 años. En Uruguay y Argentina van tres años de crisis hídrica.
En 2018, según el censo rural, la superficie agrícola argentina con riego era de 1.360.521 hectáreas. Apenas el 3,51% de los 38,7 millones de hectáreas proyectadas para la campaña 2021/2022. O sea, el 96,49 % de la superficie argentina cultivada está sometida al secano. Es dependiente de las lluvias.
El riego supera el secano, potencia los rendimientos, da previsibilidad, economiza el uso hídrico, es sustentable, y su costo energético se amortiza con paneles solares o molinos eólicos.
Una mano lava la otra y ambas la cara. Picardía sevillana, que viene del siglo XVI.